Muchas veces he escuchado aquello de “ten presente que hay trenes que sólo pasan una vez en la vida” pero… ¿y si no fuera así?
A menudo hablamos de la vida como si fuera una estación de trenes. Sí, nosotros estamos ahí, solos. Esperando en la parada a que ese tren que tanto ansiamos llegue y nos traslade a un lugar ideal y utópico. Donde nuestra vida seguro es más perfecta que ahora (o al menos eso creemos). Donde pensamos que alcanzaremos la felicidad.
Y las horas pasan y pasan… y por allí ni rastro de un solo tren. Nadie con quien pasar el rato, a quien contar tus penas, con quien reírte y llorar. Así pasa el tiempo entre queja y queja de “¿por qué yo?”. Lamentándonos por lo que pudo ser y no será, por buscar los errores externos que justifiquen que aún no ha pasado ningún tren. Y sin darnos cuenta… ¡hemos perdido varios trenes!
Y de pronto a lo lejos se comienza a ver algo: un tren. Y cuando por fin uno llega… paramos y pensamos: “¿será este mi tren? ¿seguro? ¿debo hacerlo?”. Nos cuestionamos tanto las cosas que al final los trenes y las oportunidades se escapan. Y son precisamente esas mismas oportunidades las que nos pueden abrir puertas de cara al futuro, las que nos ayudarán a crecer como personas y gracias a las cuales conoceremos a gente increíble y a otros que mejor olvidar (aunque, pese a todo, aprenderemos algo gracias a ellos). Pero al fin y al cabo, experiencias fruto de esas posibilidades.
Así que… ¡lancémonos! Se trata de dar el salto al vacío con una actitud positiva. Teniendo en cuenta que siempre hay variables que nunca podremos controlar pero… ¿acaso sabremos lo que el futuro nos depara dentro de 5 años, mañana o en tres minutos?. Está claro que no.
En conclusión, todo esto podría resumirse en recordar siempre que “la vida es como una caja de bombones. Nunca sabes lo que te va a tocar” (preciosa frase de la película “Forrest Gump”).
A menudo hablamos de la vida como si fuera una estación de trenes. Sí, nosotros estamos ahí, solos. Esperando en la parada a que ese tren que tanto ansiamos llegue y nos traslade a un lugar ideal y utópico. Donde nuestra vida seguro es más perfecta que ahora (o al menos eso creemos). Donde pensamos que alcanzaremos la felicidad.
Y las horas pasan y pasan… y por allí ni rastro de un solo tren. Nadie con quien pasar el rato, a quien contar tus penas, con quien reírte y llorar. Así pasa el tiempo entre queja y queja de “¿por qué yo?”. Lamentándonos por lo que pudo ser y no será, por buscar los errores externos que justifiquen que aún no ha pasado ningún tren. Y sin darnos cuenta… ¡hemos perdido varios trenes!
Y de pronto a lo lejos se comienza a ver algo: un tren. Y cuando por fin uno llega… paramos y pensamos: “¿será este mi tren? ¿seguro? ¿debo hacerlo?”. Nos cuestionamos tanto las cosas que al final los trenes y las oportunidades se escapan. Y son precisamente esas mismas oportunidades las que nos pueden abrir puertas de cara al futuro, las que nos ayudarán a crecer como personas y gracias a las cuales conoceremos a gente increíble y a otros que mejor olvidar (aunque, pese a todo, aprenderemos algo gracias a ellos). Pero al fin y al cabo, experiencias fruto de esas posibilidades.
Así que… ¡lancémonos! Se trata de dar el salto al vacío con una actitud positiva. Teniendo en cuenta que siempre hay variables que nunca podremos controlar pero… ¿acaso sabremos lo que el futuro nos depara dentro de 5 años, mañana o en tres minutos?. Está claro que no.
En conclusión, todo esto podría resumirse en recordar siempre que “la vida es como una caja de bombones. Nunca sabes lo que te va a tocar” (preciosa frase de la película “Forrest Gump”).