Seguí las indicaciones y me pude reencontrar con Teté. Cuando le vi, todos aquellos sentimientos se esfumaron en cuestión de segundos y supe que no quería perder ese vínculo tan potente que existe entre ambos. Tenía miedo a perderlo porque, lo cierto es, que no quería perderlo por nada del mundo. Minutos después, el médico llamó a Teté y me quedé esperando en el pasillo a que regresara. Mientras tanto, a mitad del pasillo había una mujer mayor, postrada en una camilla y medio dormida, con una chica joven como acompañante, probablemente sería su hija. El doctor se acercó, le dijo a la joven algo y se fue. Después de unos minutos, la joven se acercó a la mujer enferma (ya empezaba a despertarse) y cuando empezó a mencionar sus primeras palabras… se vino abajo. Lloraba. Reía. Se movía. Se echaba las manos a la cabeza…
Las palabras permanecían atascadas en su cabeza pero sus sentimientos… esos se podían ver hasta 4 kilómetros a la redonda.
Quería decirle tantas cosas y tenía tan poco tiempo antes de que se la llevaran al quirófano… que no sabía por donde empezar. Quizás un “te quiero”, o un “perdona si te he lastimado”, inclusive un “tengo miedo” habrían sido las frases que quería decir. La mujer enferma sólo hizo un gesto. Algo sencillo que lo marcó todo. Le tomó la mano y se la acarició suavemente mientras la miraba… ¡que dulce se veía aquello desde donde yo estaba!. Una lágrima se me escapó ante tanto amor. Era inevitable… Posteriormente, se llevaron a la mujer a quirófano y la joven se volvió a sentar. Reflexiva. Al igual que yo.
Continuará
(...)