Cuenta la historia que hace muchos, muchos años, un joven campesino, cansado de la ardua tarea de trabajar en el campo, huyó de aquel lugar solo con la compañía de su corcel y unas pocas provisiones de alimento. Estaba harto de la monotonía de siempre: levantarse, asearse, alimentarse, encargarse de los huertos y cultivos día tras día. Esas eran sus labores siempre. Muchos años pasó preguntándose: ¿será hoy diferente?. Pero la respuesta siempre fue la misma. No. Sin embargo, el joven siempre espero y espero, como quien espera que llueva café en el campo, pero nunca se aventuró a hacer nada diferente, pues como su padre le había enseñado “no se debe temer a lo conocido, sino a lo desconocido”. Demasiado tiempo pasó creyendo en los consejos que su padre le había inculcado hasta que un día algo cambió.
Mientras marchaba recordaba todo lo que no volvería a ver, lo que dejaba tras de sí. Lo que formaba parte de él. Sin embargo, su incansable inconformismo y sus ganas de aspirar a algo mejor no le abandonaron ni un solo segundo. Imaginaba como sería su vida mañana, dentro de unas semanas o en años. Todo era perfecto en sus sueños. Era alguien importante, una persona respetada y con prestigio en todo su reino, pues se había casado con una joven de familia pudiente. De pronto, ante él se encontraban unas luces a lo lejos en las que se podía vislumbrar un nuevo lugar, su nuevo hogar.
Ansioso por llegar a él, corrió en su caballo emocionado por la idea de poder cumplir sus sueños más ambiciosos. Finalmente pudo llegar aunque inevitablemente lo hizo agotado y sin provisiones con las que alimentarse. Los días siguientes, fueron muy duros para el joven que al verse solo, sin familia ni personas que le ayudaran, comenzó a pensar que había tomado la decisión equivocada. Las semanas pasaban y sus sueños se desvanecían hasta que de pronto, el joven vio como un muchacho, que por su aspecto se intuía que era pobre, se acercaba a algunas personas necesitadas para compartir con ellas la poca comida que tenía. El muchacho se giró y caminó hasta el joven y sin decirle nada le dio un trozo de pan que el joven devoró sin piedad. El muchacho sonrió, sacó de su bolsillo su trozo de pan y se lo entregó. Después se marchó.
Así, todos los días el muchacho traía comida para el joven y el resto de personas de la plaza que no tenía con qué alimentarse. Hasta que un día el joven le preguntó: “¿por qué haces esto? ¿por qué me ayudas si no tengo nada que ofrecerte? Solo soy un joven pobre y tonto capaz de pensar que dejando todo atrás sería feliz, capaz de pensar que podía comerme el mundo y ser todo lo que quise ser siempre”.
El muchacho le sonrió y dulcemente le respondió: “Mi nombre es Luis. Nadie de la gente del pueblo se ha percatado de que soy el príncipe Luis, el hijo del Rey. Utilizo estos ropajes para pasar inadvertido entre la muchedumbre. Salgo de palacio escondido gracias a las doncellas, quienes me cubren en mis ausencias. Mucha gente piensa que cuando se tiene todo aquello que se desea, riquezas, bienes, un reino,… se es feliz. Sin embargo, lo que ellos no saben es que no hace falta tenerlo todo para ser feliz, sino utilizar lo que tenemos para algo útil y necesario. Ayudar a los más necesitados, me hace sentir que soy capaz de ayudar sin tener que requerir de una corona, un reino y demás.- El joven permanecía atento a lo que el muchacho le decía- Creo que quizás el cambio que buscas no es cuestión de abandonar a tus seres queridos o tu tierra. Si verdaderamente quieres obtener resultados diferentes, solo tendrás que hacer cosas diferentes, así podrás utilizar lo que tú eres en algo que te haga feliz. No temas a lo desconocido, no pongas excusas y sigue tu instinto, usa tu esencia para hacer que cada noche, cuando te vayas a dormir te sientas reconfortado y feliz por lo que has hecho durante el día y por saber, que lo que vendrá será igual o mejor”.
Muchas veces ocurre. La monotonía nos abruma y nos sentimos angustiado y con ganas de tantas y tantas cosas que podríamos hacer pero no sabemos por dónde empezar. Se vuelve un ciclo vicioso del que solo podemos escapar cuando descubramos que solo hay que abrir bien los ojos y aprovechar las oportunidades, corriendo el riesgo de que hay aspectos que desconocemos y que podemos fallar, al tiempo que podemos acertar lógicamente. Pero, lo que está claro es que todo cambio empieza dentro de nosotros. Usa lo que eres en algo que te haga feliz con la única condición de que lo que obtengas a cambio sean cuestiones que con dinero nadie jamás podrá pagarte.
Mientras marchaba recordaba todo lo que no volvería a ver, lo que dejaba tras de sí. Lo que formaba parte de él. Sin embargo, su incansable inconformismo y sus ganas de aspirar a algo mejor no le abandonaron ni un solo segundo. Imaginaba como sería su vida mañana, dentro de unas semanas o en años. Todo era perfecto en sus sueños. Era alguien importante, una persona respetada y con prestigio en todo su reino, pues se había casado con una joven de familia pudiente. De pronto, ante él se encontraban unas luces a lo lejos en las que se podía vislumbrar un nuevo lugar, su nuevo hogar.
Ansioso por llegar a él, corrió en su caballo emocionado por la idea de poder cumplir sus sueños más ambiciosos. Finalmente pudo llegar aunque inevitablemente lo hizo agotado y sin provisiones con las que alimentarse. Los días siguientes, fueron muy duros para el joven que al verse solo, sin familia ni personas que le ayudaran, comenzó a pensar que había tomado la decisión equivocada. Las semanas pasaban y sus sueños se desvanecían hasta que de pronto, el joven vio como un muchacho, que por su aspecto se intuía que era pobre, se acercaba a algunas personas necesitadas para compartir con ellas la poca comida que tenía. El muchacho se giró y caminó hasta el joven y sin decirle nada le dio un trozo de pan que el joven devoró sin piedad. El muchacho sonrió, sacó de su bolsillo su trozo de pan y se lo entregó. Después se marchó.
Así, todos los días el muchacho traía comida para el joven y el resto de personas de la plaza que no tenía con qué alimentarse. Hasta que un día el joven le preguntó: “¿por qué haces esto? ¿por qué me ayudas si no tengo nada que ofrecerte? Solo soy un joven pobre y tonto capaz de pensar que dejando todo atrás sería feliz, capaz de pensar que podía comerme el mundo y ser todo lo que quise ser siempre”.
El muchacho le sonrió y dulcemente le respondió: “Mi nombre es Luis. Nadie de la gente del pueblo se ha percatado de que soy el príncipe Luis, el hijo del Rey. Utilizo estos ropajes para pasar inadvertido entre la muchedumbre. Salgo de palacio escondido gracias a las doncellas, quienes me cubren en mis ausencias. Mucha gente piensa que cuando se tiene todo aquello que se desea, riquezas, bienes, un reino,… se es feliz. Sin embargo, lo que ellos no saben es que no hace falta tenerlo todo para ser feliz, sino utilizar lo que tenemos para algo útil y necesario. Ayudar a los más necesitados, me hace sentir que soy capaz de ayudar sin tener que requerir de una corona, un reino y demás.- El joven permanecía atento a lo que el muchacho le decía- Creo que quizás el cambio que buscas no es cuestión de abandonar a tus seres queridos o tu tierra. Si verdaderamente quieres obtener resultados diferentes, solo tendrás que hacer cosas diferentes, así podrás utilizar lo que tú eres en algo que te haga feliz. No temas a lo desconocido, no pongas excusas y sigue tu instinto, usa tu esencia para hacer que cada noche, cuando te vayas a dormir te sientas reconfortado y feliz por lo que has hecho durante el día y por saber, que lo que vendrá será igual o mejor”.
Muchas veces ocurre. La monotonía nos abruma y nos sentimos angustiado y con ganas de tantas y tantas cosas que podríamos hacer pero no sabemos por dónde empezar. Se vuelve un ciclo vicioso del que solo podemos escapar cuando descubramos que solo hay que abrir bien los ojos y aprovechar las oportunidades, corriendo el riesgo de que hay aspectos que desconocemos y que podemos fallar, al tiempo que podemos acertar lógicamente. Pero, lo que está claro es que todo cambio empieza dentro de nosotros. Usa lo que eres en algo que te haga feliz con la única condición de que lo que obtengas a cambio sean cuestiones que con dinero nadie jamás podrá pagarte.