Era Navidad, como hace días atrás. Días de reencuentros familiares, momentos especiales, excesos calóricos y amor desbordante. Cuando tranquilamente, me levanto un 25 de diciembre con un pedazo grano en la cara gigante. Estaba estratégicamente colocado encima de los labios de forma central. Como si se alineara con el centro de los dos agujeritos de la nariz. Por un momento pensé, que sería por mi humor sarcástico acerca de Papá Noel durante estos años atrás, maldito karma.
Menos mal que le dio por aparecer un 25, que normalmente están las tiendas cerradas y todos los seres humanos con una lentitud característica de la post-cena del 24, así que me refugié en casa y escondí los espejos. El problema vino...al día siguiente.
El 26, ya estaba todo abierto, un sol espléndido a las 11.30 de la mañana y me dirigía hacia el gimnasio. Debido a que me desperté ese día temprano, para seguir con los quehaceres universitarios, porque nuestra querida universidad nos ha robado la Navidad. Antes de salir de casa, apresuradamente, tomé en mi mano una pequeña bolsa de frutos secos, y por el camino, mientras pedaleaba en bici, me fui comiendo algunos, desde nueces, almendras hasta pasas.
Entré en el gimnasio y me encontré con un conocido, es gracioso, porque no me se su nombre, pero hemos estado en tres gimnasios durante la misma época. Noté que cuando hablábamos, me estaba mirando la parte inferior de la cara...y sí, exactamente, me estaba mirando el grano. Normal, era gigante. Acabó la conversación y me dirigí a mi monitora, comentándole que me gustaría disponer de una tabla nueva, y así empezar el año con más fuerza, y otra vez, sentía vergüenza, de cómo me estaba mirando la parte inferior de la cara... y sí, exactamente, me estaba mirando el grano. Normal, era gigante.
...Continuará. (El miércoles 15 la segunda parte)
Menos mal que le dio por aparecer un 25, que normalmente están las tiendas cerradas y todos los seres humanos con una lentitud característica de la post-cena del 24, así que me refugié en casa y escondí los espejos. El problema vino...al día siguiente.
El 26, ya estaba todo abierto, un sol espléndido a las 11.30 de la mañana y me dirigía hacia el gimnasio. Debido a que me desperté ese día temprano, para seguir con los quehaceres universitarios, porque nuestra querida universidad nos ha robado la Navidad. Antes de salir de casa, apresuradamente, tomé en mi mano una pequeña bolsa de frutos secos, y por el camino, mientras pedaleaba en bici, me fui comiendo algunos, desde nueces, almendras hasta pasas.
Entré en el gimnasio y me encontré con un conocido, es gracioso, porque no me se su nombre, pero hemos estado en tres gimnasios durante la misma época. Noté que cuando hablábamos, me estaba mirando la parte inferior de la cara...y sí, exactamente, me estaba mirando el grano. Normal, era gigante. Acabó la conversación y me dirigí a mi monitora, comentándole que me gustaría disponer de una tabla nueva, y así empezar el año con más fuerza, y otra vez, sentía vergüenza, de cómo me estaba mirando la parte inferior de la cara... y sí, exactamente, me estaba mirando el grano. Normal, era gigante.
...Continuará. (El miércoles 15 la segunda parte)