A día de hoy, Nicolás no recuerda nada de su vida pasada. Vuelve a sonreír, como cuando su vida era agradable. Su madre vivía y su trabajo le encantaba. Es un hombre muy querido, risueño y por alguna razón que desconocemos, cada tarde, aunque no recuerda el por qué, solo desea que le lean su viejo libro sobre huertos agrícolas, mientras se tapa en su mecedora, con una manta de cuadros rojos y verdes. Todos los días, se emociona por pequeñas cotidianidades. Porque todos los días, vuelve a aprender. En forma de bucle. Pero con la misma ilusión de siempre.
Hoy, la enfermera se había atrasado unos minutos en leerle su libro, así que cuando se dirigió hacia la habitación de Nicolás, descubrió, que la puerta estaba entreabierta. Fue a llamarle la atención, es una norma que todas las puertas estén cerradas, pero decidió esperar, cuando de repente, vio a Nicolás de pie y de perfil en el cuarto de baño interior de su habitación. Le extrañó, puesto que solo está acostumbrado a verle sentado, en su mecedora.
Su rostro manifestaba asombro, y su cuerpo rigidez. La enfermera, preocupada, lentamente, entró en la habitación y le preguntó a Nicolás si se encontraba bien.
A lo que impactado, Nicolás miró a su enfermera y exclamó: ¡Este hombre se ha metido en mi habitación sin avisar! Eso es una falta de respeto. Además, vaya pintas que lleva. Menudo pijama tan rancio. Y esa cara ¡Esa cara! Está pálido, sin emoción, parece un muerto en vida. No lo he visto en mi vida y no hace sino mirarme fijamente, como si quisiera intimidarme o retarme a algo. Y yo no estoy dispuesto a soportar su actitud. Así que enfermera, por favor, le pido que lo saque de mi habitación ahora mismo. Y que no vuelva a pasar más por aquí.
La enfermera, perpleja, no sabía qué palabras articular. Nicolás estaba describiéndose a sí mismo. Frente a su espejo, la cara que relataba es... la cara... del olvido.
Hoy, la enfermera se había atrasado unos minutos en leerle su libro, así que cuando se dirigió hacia la habitación de Nicolás, descubrió, que la puerta estaba entreabierta. Fue a llamarle la atención, es una norma que todas las puertas estén cerradas, pero decidió esperar, cuando de repente, vio a Nicolás de pie y de perfil en el cuarto de baño interior de su habitación. Le extrañó, puesto que solo está acostumbrado a verle sentado, en su mecedora.
Su rostro manifestaba asombro, y su cuerpo rigidez. La enfermera, preocupada, lentamente, entró en la habitación y le preguntó a Nicolás si se encontraba bien.
A lo que impactado, Nicolás miró a su enfermera y exclamó: ¡Este hombre se ha metido en mi habitación sin avisar! Eso es una falta de respeto. Además, vaya pintas que lleva. Menudo pijama tan rancio. Y esa cara ¡Esa cara! Está pálido, sin emoción, parece un muerto en vida. No lo he visto en mi vida y no hace sino mirarme fijamente, como si quisiera intimidarme o retarme a algo. Y yo no estoy dispuesto a soportar su actitud. Así que enfermera, por favor, le pido que lo saque de mi habitación ahora mismo. Y que no vuelva a pasar más por aquí.
La enfermera, perpleja, no sabía qué palabras articular. Nicolás estaba describiéndose a sí mismo. Frente a su espejo, la cara que relataba es... la cara... del olvido.